jueves, 30 de octubre de 2014

ANÁLISIS MARXISTA DEL ESTADO (IV)

Estado-Capitalista

Por: Francisco Guacarán. (*)
Especial para TP
Los ideólogos de la burguesía presentan al Estado liberal como el representante de la voluntad general del pueblo y que, por tanto, actúa de acuerdo al interés de todos los sectores sociales. Aunque esto ha sido ampliamente combatido por el marxismo-leninismo desde hace décadas, la fuerza de esta idea ha llegado a influir de forma peligrosa en movimientos izquierdistas.

Un aspecto importante, reseñado por los clásicos del marxismo, para comprender la complejidad del Estado capitalista, está referido a la relativa autonomía de éste con respecto a la burguesía. Puede parecer contradictorio si hemos reiterado que el Estado es el aparato de dominación de la burguesía sobre la clase obrera y demás capas explotadas. Sin embargo, en el artículo anterior ya mencionábamos algunos antagonismos que se desarrollan entre las capas que conforman a la burguesía.
Agreguemos otro aspecto: los partidos políticos. Desde el planteamiento marxista-leninista, éstos constituyen los destacamentos organizados de cada clase y capa social, representando sus intereses específicos y actuando en consecuencia. La burguesía no ejerce el control directo del aparato político, sino que lo hace a través de sus organizaciones, pero con un programa que busca alianzas con sectores y capas de la clase trabajadora, para garantizar la legitimidad de su proyecto político y económico.
Así, en medio de la democracia burguesa, hacen uso de una herramienta poderosa para obtener el apoyo popular y aparentemente hacer efectivo ese principio de “obedecer la voluntad soberana”: las elecciones burguesas; así también las contradicciones políticas son aparentemente resueltas en las urnas electorales.
Pero este es apenas el primer paso. Lo medular para estos partidos políticos es la administración del aparato estatal burgués y no su destrucción, realizar las reformas que garanticen la continuidad de los intereses de la capa social dominante. En esta compleja dinámica, el Estado –constituido ahora en instituciones, políticas, leyes– puede asumir acciones que no favorezcan directamente a la clase a la cual sirve, bien por concesiones y alianzas con otras capas de la clase dominante o por la presión de la lucha obrera y popular.
Esto es importante para comprender, por ejemplo, lo que sucede con los partidos que son dirigidos por la pequeña-burguesía en alianza con sectores obreros y demás capas explotadas por el capitalismo, y pretenden impulsar un programa político progresista y antiimperialista. Como su objetivo central no es la destrucción del Estado, sino su administración con una distribución más equitativa de la riqueza –a costa de arrancarle importantes beneficios económicos a los sectores de la alta burguesía–, lleva la lucha de clases a terrenos mucho más agudos y difíciles que lo esperado. Comúnmente se encuentran ante una encrucijada de avanzar hacia un programa de revolución obrera o hacer concesiones a la alta burguesía; históricamente el carácter vacilante de la pequeña-burguesía hace que deseche la primera opción.
Un Estado burgués no se destruye con las herramientas de la democracia burguesa y, por más autónomo que luzca ante los intereses económicos de la burguesía más poderosa, siempre actuará dentro de los límites permitidos del sistema capitalista. Sólo la clase obrera, organizada en su Partido Comunista, sin vacilaciones ni concesiones, es capaz de rebasar esos límites.
(*) Miembro del CR del PCV en Distrito Capital

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